El hollín del Norte de la India llega al continente americano como partícula atmosférica, al atravesar los océanos gracias a los vientos. Así contamina distintas poblaciones, como la Ciudad de México.
“Hay ocasiones en que las nubes de Asia llegan al continente americano y cuando hay tormentas de arena en el Sahara también pueden llegar a la Florida (en Estados Unidos). El planeta está comunicado por los vientos y esto quiere decir que muchas emisiones tienen consecuencias globales”, indicó Mario J. Molina Henríquez, asesor científico del presidente estadounidense Barack Obama y profesor de Química en la Universidad de California en San Diego.
La capa de ozono, el cambio climático, sus consecuencias y las medidas que los países deben poner en vigor para disminuir las emanaciones atmosférica del dióxido de carbono y el metano, entre otros gases, son los temas que apasionan al doctor Molina Henríquez.
Natural de la Ciudad de México, el académico fue laureado con el Premio Nobel de Química en 1995 por sus investigaciones sobre la formación y descomposición de la capa de ozono. A principios de este mes visitó la Isla para participar en el 43er Congreso Mundial de Química que se efectuó por vez primera en Puerto Rico.
Además, cautivó a estudiantes, profesores e investigadores de la Universidad Metropolitana, ubicada en Río Piedras, cuando disertó sobre “Las ciencias y la política ante el cambio climático”. Al finalizar su conferencia conversó con EL VOCERO apenas por casi 10 minutos.
Usted presentó unos puntos en que podíamos tomar unas medidas para disminuir los cambios en el clima, como la reducción de las emanaciones del dióxido de carbono y del metano. ¿Tienen que ser a la vez y global?
—Hay que tomar muchas medidas simultáneamente. Cada una de ellas es pequeña, pero a la vez sí se puede. Deberían haber acuerdos internacionales, sobre todo, los países que tienen una actividad económica mayor, o sea, si los diez o 15 de mayor importancia económica lo hacen, pues, eso ya reduce (las emanaciones) en proporciones muy grandes.
Hay un grupo de científicos que dicen que se está exagerado el asunto del cambio climático. ¿Qué está ocurriendo?
—Ha habido una campaña muy bien organizada, sobre todo, en los Estados Unidos, por los grupos muy conservadores para desprestigiar a la ciencia del cambio climático, pero el consenso de los científicos está muy claro. Hay unos cuantos que dicen que sí está exagerado, pero no lo han documentado bien. Los que hacen mucho ruido no son estos pocos científicos, sino pues muchos políticos que piensan que esto es algo que los científicos quieren hacer ruido o quieren más dinero o algo así; y eso es absurdo porque no saben cómo funciona la comunidad científica. Si alguien puede documentar con algo de claridad que efectivamente el riesgo es pequeño, esa persona sería famosísima y sería muy importante. No hay ningún incentivo para que no lo haga. Al revés hay incentivos gigantescos, para que si ese es el caso, que algún científico lo demuestre. No tiene que ser con certeza absoluta, pero para decir: ‘Miren, el riesgo realmente es muy pequeño’; no lo han hecho.
Entonces, no hay grupos importantes de científicos expertos en esto. Hay grupos y en general lo podemos atribuir a ignorancia. Hay grupos que observan algún aspecto del problema. Hay muchas incertidumbres y muchos no tienen la imagen clara de cómo funciona esto… El problema en general está muy claro.
El problema del cambio climático es una realidad y ya nos está afectando con las sequías y las inundaciones, como usted explicó en la conferencia.
Estamos de acuerdo en que no hay una certeza absoluta, pero no necesitamos una certeza absoluta para funcionar en la sociedad. Hay un riesgo muy claro. ¿Por qué? Porque hay complicaciones. Las nubes son complicadas. Podría ser que realmente no suba mucho la temperatura, pero es poco probable y no nos podemos arriesgar…
¿Se interpone el interés económico de algunos grupos para evitar que se tomen medidas?
—De algunos grupos de interés nada más. Ese interés económico se asoció con cierta cultura, desgraciadamente aquí en Estados Unidos también, con una posición conservadora… La excusa un poco es que esto tendría que ser una intervención de los gobiernos de todo el planeta. Hay una cuestión ideológica de que no hay intervenciones. Por otro lado, sabemos que si el Gobierno no hubiera intervenido imponiendo convertidores catalíticos en los automóviles, estaríamos ahogados todos de contaminación. Claramente, de acuerdo con la mayoría de los científicos y de los políticos que lo han pensado bien, sí hay situaciones que justifican una intervención del Gobierno. Ese aspecto puramente cultural, pues, en este caso no es válido.
¿Cuánto tiempo nos queda para poder tomar unas soluciones inmediatas?
—No hay un tiempo fijo, pero sí debería de ser en estos próximos años. Si nos esperamos toda una década, va a ser mucho más difícil resolver. Entre más nos tardemos más probables son las consecuencias.
Usted dijo en su conferencia que en milenios anteriores se tardaba miles de años cambiar el clima y ahora está cambiando en décadas.
—Exacto. La composición química del planeta está cambiando muy repentinamente.
Sí ha habido cambios rápidos, pero no tan rápidos. A veces hay cambios abruptos, que se llaman cuando de repente pasó algo, pero ese de repente son siglos o milenios.
¿En cuánto tiempo está cambiando?
—No tenemos más de medio siglo de, realmente, cambios importantes. Geológicamente es como si fuera repentino.
¿Qué consejos sencillos le daría al lector para que tomen medidas para no seguir dañando la atmósfera?
—En principios es una cuestión cultural, pues, usar energía y agua más eficientemente, pero esto no se puede resolver nada más por acciones voluntarias. El mensaje más importante es si los lectores o la población en general está consciente del riesgo que realmente tenemos, lo más efectivo es que puedan influenciar a sus gobiernos porque personalmente no van a tener mucho impacto, pero si lo hacen con grupos de presión para que el gobierno sepa que la sociedad está preocupada, eso puede tener un impacto muy significativo.
Aunque usted dijo en su conferencia que no está muy al tanto de la situación en Puerto Rico, ¿establecer en la Isla un gasoducto con gas natural sería mejor?
—La Isla tiene que responder como el resto de Estados Unidos y hay medidas a nivel federal, pues se tienen que aceptar aquí también. Pero de nuevo, si hay indicaciones de que la población está consciente de estos problemas, es más probable que los políticos aquí o en el resto de los Estados Unidos, pues respondan a esto por la presión de la población.
¿También es un riesgo a la salud el gas natural?
—El riesgo es menor que el carbón y por eso es un buen combustible de transición porque lo que sí hay que dejar de construir son plantas de carbón. Por fortuna, ya se dejaron de construir en Estados Unidos, pero sí había la amenaza de que se continuara. Por lo menos, hay que usar gas natural que es mucho más limpio, pero no es la solución permanente, pero sí en los próximos años.
¿Qué investigación usted está llevando a cabo actualmente?
—Estoy trabajando con cuestiones de ciencia y política, con colegas expertos en energía y en cuestiones de reglamentación para inducir la mayor eficiencia en el uso de energía. Es todo una especialidad interdisciplinaria con economistas y con expertos en política, pero con la parte tecnológica detrás de todo esto. Hasta hace poco sigo haciendo investigación muy básica para estudiar cuáles son las propiedades químicas de las partículas atmosféricas emitidas, sobre todo, por contaminación.
¿Cómo usted se sintió cuando le dieron el Premio Nobel?
—¡Ah!, pues muy bien. Fue una sorpresa, pero es algo muy grande. ¿No? (Sonrió al recordar ese momento.)
Fuente:Gentetuya.com
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