miércoles, 25 de mayo de 2011

REFLEXION DE LA SEMANA


CUANDO ME VOLVÍ INVISIBLE‏

Ya no sé en qué fecha estamos. En esta casa no hay almanaques y en mi memoria todo está revuelto. Las cosas antiguas han ido desapareciendo. Y yo también me fui borrando sin que nadie se diera cuenta.
¡Mamá, en este cuarto estarás bien!
Cuando la familia creció, me cambiaron de cuarto. Después, me pasaron a otro más pequeño acompañada de mis nietas. Ahora ocupo el desván, en el patio de atrás.
No se preocupe, yo se lo arreglo…
Me prometieron cambiar el vidrio roto de la ventana, pero se les olvidó. Y en las noches, por allí se cuela un airecito helado que aumenta mis dolores reumáticos.
La otra tarde me di cuenta que mi voz ha desaparecido. Cuando hablo, mis hijos y mis nietos no me contestan. Conversan sin mirarme, como si yo no estuviera con ellos.
Hay una receta muy sabrosa…
A veces, digo algo, creyendo que apreciarán mis consejos. Pero no me miran, no me responden. Entonces, me retiro a mi cuarto antes de terminar la taza de café. Lo hago para que comprendan que estoy enojada, para que vengan a buscarme y me pidan perdón… Pero nadie viene. El otro día les dije:
Cuando me muera, entonces sí me iban a extrañar.
Y mi nieto preguntó:¿Estás viva, abuela? (RISAS)
No pararon de reír. Estuve tres días llorando en mi cuarto, hasta que una mañana uno de los muchachos entró a sacar unas llantas viejas…
Hijito…? Ni los buenos días me dio. Fue entonces cuando me convencí de que soy invisible.
Una vez, los niños vinieron a decirme que al día siguiente iríamos todos al campo. Me puse muy contenta. ¡Hacía tanto tiempo que no salía!
Fui la primera en levantarme. Quise arreglar las cosas con calma. Los viejos tardamos mucho, así que me tomé mi tiempo para no retrasarlos. Al poco rato, todos entraban y salían de la casa corriendo, echando bolsas y juguetes al auto.
Yo ya estaba lista y muy alegre. Me paré en la puerta esperando.
Cuando se fueron, comprendí que yo no estaba invitada. Tal vez porque no cabía en el auto. Sentí cómo mi corazón se encogía, la barbilla me temblaba como cuando una se aguanta las ganas de llorar.
Yo los entiendo. Son jóvenes. Ríen, sueñan, se abrazan, se besan. Y yo... Antes besaba a los chiquitos, me gustaba tenerlos en brazos, como si fueran míos. Y hasta cantaba canciones de cuna que había olvidado.

Pero un día…
No hagas eso, abuela, es peligroso…
Mi nieta acababa de tener un bebé. Me dijo que no era bueno que los ancianos besaran a los niños por cuestiones de salud. Desde entonces, no me acerqué más a ellos. ¡Tengo tanto miedo de contagiarlos!

Yo los bendigo a todos y los perdono, porque... ¿qué culpa tienen ellos de que yo me haya vuelto invisible?

Publicado por: Trini Fernández

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