
Eso digo: agua. Lo repito: nada más que agua. Agua de manantial lejano. Agua suplicada al arroyo escaso. Agua soñada en plena madrugada. Agua pesadilla en cuanto despunta el alba. Agua para el niño que amanece sediento. Agua para el magro alimento después de la dura jornada. Agua para apenas untársela en el cuerpo. Agua angustia vital. Agua que enferma la vida y que también la sana. Agua obsesión de cada día y agua de fugaz alegría en la tinaja. Agua ofrecida y negada por todos los gobiernos. Agua prometida por los candidatos y agua siempre olvidada después del juramento. Agua digo, agua, simplemente agua.
En resumen: ¿Qué carajos discuten si se hace aquí o allá un acueducto, si lo más importante, por encima de celos y recelos, es que en nuestros campos sedientos la mujer o la niña siguen sufriendo en la cabeza la maldita lata de agua?
Cortesía de: keseyoke.blogspot.com
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