jueves, 15 de abril de 2010

MALDITA LATA DE AGUA

En el opresivo universo de imágenes de nuestro subdesarrollo punzante, de la pobreza que atenaza el alma, no hay un hecho más triste, sumado al hambre y a la incertidumbre de vivir hacia un futuro que no ofrece nada, que un camino largo y polvoriento entre la guazábara, y en el camino una mujer o una niña (pues los hombres muy machos no la cargan) que suda hasta por los poros del alma cargando en la cabeza una pesada, odiosa y torturante lata de agua.

Eso digo: agua. Lo repito: nada más que agua. Agua de manantial lejano. Agua suplicada al arroyo escaso. Agua soñada en plena madrugada. Agua pesadilla en cuanto despunta el alba. Agua para el niño que amanece sediento. Agua para el magro alimento después de la dura jornada. Agua para apenas untársela en el cuerpo. Agua angustia vital. Agua que enferma la vida y que también la sana. Agua obsesión de cada día y agua de fugaz alegría en la tinaja. Agua ofrecida y negada por todos los gobiernos. Agua prometida por los candidatos y agua siempre olvidada después del juramento. Agua digo, agua, simplemente agua.

En resumen: ¿Qué carajos discuten si se hace aquí o allá un acueducto, si lo más importante, por encima de celos y recelos, es que en nuestros campos sedientos la mujer o la niña siguen sufriendo en la cabeza la maldita lata de agua?
Cortesía de: keseyoke.blogspot.com

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