En tiempos anteriores, cada pueblo tenía su propia banda de música. Esta se reunía en la glorieta de los parques a ofrecer su música a la audiencia que se congregaba a escuchar su arte.
Ahora el corillo se junta en estas glorietas a consumir alcohol al compás de carros con bocinones. Sirven para refugio de adictos que se esconden dentro de sus barandas a saciar su vacío existencial.
No hay duda de que estas glorietas han variado su utilidad en comparación con otros tiempos.
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